martes, 1 de noviembre de 2016

Madrugada 1

Eran las 3:15 am cuando sentí que alguien me susurraba al oído algo ininteligible, un frío recorría mis extremidades, sentía el cuerpo paralizado, era como esos pacientes que han sufrido un politraumatismo y pese a ser conscientes de su cuerpo no pueden moverse. Abrí los ojos y gire mi mirada, estaba sola en como en una sabana, en la cual se había convertido mi cama desde que él se había marchado. Desde hace 4 días no puedo dormir bien, mi cuerpo esta intoxicado de dolor y por primera vez decido no hacer resistencia, me he entregado por completo a lo que siento y no logró pasar un bocado, mucho menos beber. 

Una vez más trato de conciliar el sueño y las pesadillas se me confunden con la realidad, voy tejiendo con hilos imaginarios todo aquello que pudo ser, la vida se me desborda y termino levantándome de la cama dejando la almohada empapada de recuerdos y de sueños, de todo aquello que jamás será. Me incorporo descalza y siento corrientazo que produce en mi cuerpo el frío piso al contacto de mis pies, sigo siendo adicta a esas sensaciones que me recuerdan que estoy viva muy a pesar de estas ganas de dejar de existir. Cubro mi cuerpo con la sabana, aún duermo desnuda como todas aquellas noches en que exhaustos nos dejábamos caer sobre el colchón, entrelazados como serpientes en lucha, rendidos y  dormidos, anclados uno de del otro para que no se nos escapara el amor.  Me enfrento al pasillo con las luces apagadas, arrastrando los pies como si cargara un yunque muy pesado, lenta, cancinamente, tirando el peso que me dejó en el corazón, porque cuando se fue no se llevo nada y eso, es lo que más duele. Salgo a la sala, la ventana está abierta y una ráfaga de frío eriza mi piel, estoy viva, Si estoy viva, sigo sintiendo.

La ciudad aún está dormida todavía falta una hora para que comience a rugir y las bocinas de los autobuses y olor a humo que desprenden se cuelen por el balcón como un recordatorio de que el mundo sigue girando y aunque me siento como un cadáver en proceso de putrefacción debo levantarme y revivir. Dejo a Elvira Sastre regada por la casa como salvavidas, ella sabe tanto como yo a que saben estas madrugadas sin nombre, esos amaneceres solitarios en ruinas de las almas en descomposición, ella –Elvira- sabe mejor que yo como decirle a su amada que le ha roto en pedazos, no usa eufemismos para decir que la guerra era mejor en su cuerpo y que aunque hoy me ha traído flores, ellas sólo adornaron la sonrisa del que estaba a punto de morir. Me inclino sobre el balcón y la brisa hiela mis sienes, abro a la suerte las páginas del poemario, como quien busca un hechizo que le ayude a olvidar, leo, leo, y leo a Elvira, una vez y otra hasta que caigo rendida al amanecer dejándome llevar por la tibieza del sol, que me recuerda que es hora de ponerse las mascaras, las risas y salir porque es hora de Revivir.